La ansiedad es una reacción normal en el ser humano, siempre que ésta sea proporcionada al estimulo que la desencadena. Sentiremos ansiedad antes de un examen, en una entrevista de trabajo o ante una situación objetivamente tensa. Por lo general la ansiedad es una respuesta adaptativa. Unos niveles bajos de ansiedad pueden ser óptimos para nuestra vida cotidiana: desde acordarnos de mirar a un lado y a otro antes de cruzar la calle, hasta coger un paño antes de tocar la cacerola que está en el fuego, son buenos ejemplos de como la ansiedad influye sobre nuestra conducta de forma positiva. Ayuda incluso a aumentar el rendimiento. Ante un determinado problema o situación estresante como presentarse a un examen, la ansiedad aumenta, pero también la eficacia, atención y rendimiento en la respuesta, siempre que no se pase de unos límites, que no harán sino bajar nuestra atención y bloquear los procesos de recuperación de la información. En cambio, cuando aparece de forma injustificada, sin razón aparente o ante estímulos o situaciones que no suponen una amenaza real, hasta el punto de interferir en nuestra vida diaria, se habla de una ansiedad desadaptativa. Esta ansiedad desproporcionada y por lo tanto desadaptativa dará lugar a las distintas manifestaciones o cuadros de ansiedad.

En la actualidad el tratamiento de la ansiedad desde la psicología cognitivo-conductual está dando resultados muy positivos mediante la exposición progresiva al estímulo que genera la alerta y con el desarrollo de habilidades de afrontamiento y desaprendizaje de la ansiedad.

La ansiedad es una reacción normal en el ser humano, siempre que ésta sea proporcionada al estimulo que la desencadena. Sentiremos ansiedad antes de un examen, en una entrevista de trabajo o ante una situación objetivamente tensa. Por lo general la ansiedad es una respuesta adaptativa. Unos niveles bajos de ansiedad pueden ser óptimos para nuestra vida cotidiana: desde acordarnos de mirar a un lado y a otro antes de cruzar la calle, hasta coger un paño antes de tocar la cacerola que está en el fuego, son buenos ejemplos de como la ansiedad influye sobre nuestra conducta de forma positiva. Ayuda incluso a aumentar el rendimiento. Ante un determinado problema o situación estresante como presentarse a un examen, la ansiedad aumenta, pero también la eficacia, atención y rendimiento en la respuesta, siempre que no se pase de unos límites, que no harán sino bajar nuestra atención y bloquear los procesos de recuperación de la información. En cambio, cuando aparece de forma injustificada, sin razón aparente o ante estímulos o situaciones que no suponen una amenaza real, hasta el punto de interferir en nuestra vida diaria, se habla de una ansiedad desadaptativa. Esta ansiedad desproporcionada y por lo tanto desadaptativa dará lugar a las distintas manifestaciones o cuadros de ansiedad.

En la actualidad el tratamiento de la ansiedad desde la psicología cognitivo-conductual está dando resultados muy positivos mediante la exposición progresiva al estímulo que genera la alerta y con el desarrollo de habilidades de afrontamiento y desaprendizaje de la ansiedad.

Agorafobia

Se trata del miedo a espacios abiertos, a salir de casa o lugares conocidos sin estar acompañado/a. La permanencia en espacios amplios donde hay tumulto, o donde no se encuentra una salida fácil o a la vista, desencadena el miedo.

Crisis de pánico

Se caracteriza por la aparición de los síntomas de la ansiedad, en pocos segundos y sin encontrar un motivo aparente que lo justifique. La intensidad de los síntomas fisiológicos como la taquicardia, hiperventilación, sensación de ahogo, tensión muscular, sudoración, temblores, mareos, etc., es tan intensa que la persona puede llegar a pensar que esta sufriendo un ataque al corazón, que corre peligro de morir, tener miedo de perder el control y/o de volverse loco.

El tratamiento de la ansiedad mediante las técnicas cognitivo-conductuales ha demostrado ser eficiente en la mayor parte de los casos, reduciéndose los síntomas progresivamente hasta su desaparición.

El TOC implica la presencia de obsesiones y compulsiones que se mantienen y retroalimentan generando un alto grado de ansiedad.

Las obsesiones se caracterizan por la aparición de pensamientos , imágenes, y/o impulsos recurrentes considerados como desagradables, dolorosos o preocupantes para la persona que los padece. Se acompañan de la sensación interna de que pueden llegar a ser realizados o convertirse en realidad por lo que la persona intenta resistirse a ellos.

Las compulsiones son las conductas, que ante la angustia y ansiedad desencadenada por el pensamiento obsesivo o recurrente, se emiten con el objetivo de neutralizar su efecto. Al realizar la conducta la ansiedad baja, pero durante un corto espacio de tiempo, por lo que se vuelve a emitir con la esperanza de volver a bajar los niveles de ansiedad. Es así como la conducta se convierte en compulsiva y finalmente en ritual.

Son habituales los pensamientos de contaminación, contagio, miedo a accidentes caseros, como explosiones de gas, incendios, que alguien acceda a la casa…, lo que dará lugar a compulsiones de limpieza, orden, lavarse las manos, ir al médico, comprobar el gas, enchufes y cerrojos respectivamente.

Otro tipo de obsesión es el de hacer daño a otros y la conducta que se suele dar es la de evitar estar con otras personas o comprobar continuamente que no han hacho daño.

Se dan también obsesiones centradas en temas religiosos, preocupaciones sexuales, miedo a la muerte, etc. En el trastorno obsesivo compulsivo es imprescindible un trabajo cognitivo además de la reducción progresiva de las compulsiones.

Decimos que se padece de TAG, cuando el estado de alerta ante situaciones cotidianas es continuo e injustificado.

La mayor parte de los pensamientos son negativos y catastrofistas y se tiene una permanente sensación de preocupación.

Estas preocupaciones pueden estar centradas en temas familiares, laborales, domésticos y/o de salud. A menudo se acompaña de síntomas físicos de la ansiedad como opresión en el pecho, taquicardia, hiperventilación, sudores fríos… Sí se mantiene en el tiempo se puede somatizar en dolencias del estómago, migrañas, tensión muscular, etc.

Otros síntomas psicológicos son la inquietud, fatiga o sensación de cansancio, dificultad para mantener la atención y concentración, irritabilidad, dificultad para conciliar el sueño, despertarse con sobresalto y perdida o aumento del apetito.

La persona ha estado expuesta a un acontecimiento traumático en el que ha experimentado, presenciado o le han explicado acontecimientos caracterizados por muertes o amenazas para su integridad física o la de los demás y ha respondido con un temor, una desesperanza o un horror intensos.

El acontecimiento traumático es reexperimentado en forma de recuerdos del acontecimiento recurrentes e intrusos en los que se incluyen imágenes, pensamientos o percepciones, sueños de carácter recurrente sobre el acontecimiento, que producen malestar.
La persona actúa o tiene la sensación de que el acontecimiento traumático está ocurriendo, también desarrolla malestar psicológico intenso al exponerse a estímulos que simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático.
Normalmente hay una evitación persistente de estímulos asociados al trauma y la persona hace esfuerzos para evitar pensamientos, sentimientos o conversaciones sobre el suceso traumático, esfuerzos para evitar actividades, lugares o personas que motivan recuerdos del trauma.
También demuestra incapacidad para recordar un aspecto importante del trauma, reducción acusada del interés o la participación en actividades significativas y sensación de desapego frente a los demás, restricción de la vida afectiva y sensación de un futuro desolador.

Otros  síntomas persistentes son: dificultades para conciliar o mantener el sueño, irritabilidad o ataques de ira, dificultades para concentrarse, hipervigilancia y respuestas exageradas de sobresalto.

Cierto grado de ansiedad en reuniones sociales es normal e incluso adaptativo al favorecer unas relaciones adecuadas en función del contexto. Cuando esta ansiedad es excesiva y se mantiene durante todo el tiempo e incluso después de la interacción social, hablamos de fobia social. La fobia social dificulta y limita las relaciones con los demás. La persona que la padece se siente observado/a y jugado/a por los demás, y tiene miedo a hacer o decir algo que le ponga en ridículo. Por lo general, la persona con fobia social es consciente de que su miedo es irracional, pero aún así intenta evitar las situaciones de carácter social o las afronta con mucha ansiedad, escapando antes o después con cualquier excusa. Los síntomas físicos son los mismos que en cualquier otra fobia, incluyendo la tendencia a ponerse colorado y a que la sudoración sea mayor en las manos. La respuesta conductual suele ser permanecer callado, no mirar a los ojos o evitar las miradas y como decíamos al principio huir de la situación y/o personas temidas.

Un tratamiento adecuado evita su agravamiento y que ésta se vaya “desaprendiendo”, con el fin de que las relaciones con los demás se vivan como algo enriquecedor y la vida cotidiana de la persona no se vea limitada.

La fobia es una reacción de miedo desproporcionado ante la presentación o anticipación de estímulos o situaciones concretas. Mientras que el miedo es una respuesta innata y adaptativa, ante un peligro real, la fobia es aprendida normalmente a raíz de algún acontecimiento pasado, sin que el objeto causante del miedo suponga un peligro real.

A animales o insectos: arañas, pájaros, ratones…

A estímulos relacionados con la enfermedad: sangre, inyecciones, heridas, dolor…

A transportes públicos: avión, metro, túneles, puentes, coches…

A situaciones concretas: entrar en un ascensor, en un cajero…

Existen también fobias simples relacionadas con el miedo al ahogamiento, al vómito, al contagio de enfermedades, al polvo, etc.

Hipocondría y fobia a la enfermedad

 Miedo desmesurado a tener una enfermedad grave como cáncer, SIDA o un tumor cerebral.

Cualquier persona que demuestre una excesiva preocupación por su salud, tratando de ver en cada signo o síntoma corporal el final de su vida, si se acerca a la obra de Moliere “El enfermo imaginario”, se verá reflejado.

La constante verificación de sus síntomas, así como la incesante búsqueda de reafirmación por parte de los médicos (e internet), de que, se encuentra sano, le sume en una enfermedad obsesiva sobre sus síntomas cambiantes, que ni tan siquiera los médicos le saben detectar. Este problema, más frecuente de lo que se piensa, requiere una intervención profesional casi siempre de fondo psicoterapéutico.